viernes, 18 de junio de 2010
jueves, 10 de junio de 2010
Bloody Sunday
Hoy he estado viendo una película que recomiendo a todo el mundo: Bloody Sunday, dirigida por Paul Greengrass y Jimmy McGovern. Cuando se habla de cine social británico todo el mundo recuerda a Ken Loach, pero Greengrass, con films como el que nos ocupa, tiene bastante que enseñarle en mi opinión. Bloody Sunday ahonda mucho más en la complejidad de la violencia en el Ulster que la cebada bailonga de Loach (una muy buena cinta de todos modos).
Hacía muchísimo tiempo que no lloraba con una película. Bloody Sunday me ha emocionado por su crudeza, por su realismo, tanto en el trasfondo como en la forma. No suele impactarme el cine de ficción (aunque entiendo que a los demás sí), para mí es simple entretenimiento, pues sé que lo que me están ofreciendo es una dramatización, una falsedad, un cuento. No me tocan la fibra sensible. En cambio, algunos documentales sí lo hacen, y también películas como ésta, que no dejan de ser ficciones pero que reflejan del modo más veraz posible un acontecimiento que ocurrió realmente. Obras capaces de huír de la sensiblería y el maniqueísmo (elementos propios del puro y duro panfleto ideológico, género muy respetable pero que yo aborrezco), que simplemente te introducen en el sinsentido que debieron vivir aquellos desafortunados manifestantes, que expone sus convicciones y temores, también sus contradicciones, y que incluso se atreve (¡oh, sacrilegio!) a mostrar el lado humano de los soldados ingleses y las profundas dudas morales de algunos de ellos. Aunque tampoco comete el error de instalarse en el cómodo "todos fueron igualmente malos". La mera exposición de los hechos demuestra que no es así, que la principal responsabilidad de aquella tragedia que sucedió en Derry en 1972 fue de los paracaidistas y, por extensión, del ejército y el gobierno británicos. Aún sin olvidar la violencia de los jóvenes radicales, las discrepancias de credo e ideología entre los propios civiles católicos o la perniciosa injerencia del IRA.
Y es ese estupendo equilibrio, ese realismo insobornable, lo que hace de esta película una puta joya que todo el mundo debería ver para entender mejor qué ha ocurrido en Irlanda del Norte y por qué el camino hasta la reconciliación actual ha sido tan arduo.
Hacía muchísimo tiempo que no lloraba con una película. Bloody Sunday me ha emocionado por su crudeza, por su realismo, tanto en el trasfondo como en la forma. No suele impactarme el cine de ficción (aunque entiendo que a los demás sí), para mí es simple entretenimiento, pues sé que lo que me están ofreciendo es una dramatización, una falsedad, un cuento. No me tocan la fibra sensible. En cambio, algunos documentales sí lo hacen, y también películas como ésta, que no dejan de ser ficciones pero que reflejan del modo más veraz posible un acontecimiento que ocurrió realmente. Obras capaces de huír de la sensiblería y el maniqueísmo (elementos propios del puro y duro panfleto ideológico, género muy respetable pero que yo aborrezco), que simplemente te introducen en el sinsentido que debieron vivir aquellos desafortunados manifestantes, que expone sus convicciones y temores, también sus contradicciones, y que incluso se atreve (¡oh, sacrilegio!) a mostrar el lado humano de los soldados ingleses y las profundas dudas morales de algunos de ellos. Aunque tampoco comete el error de instalarse en el cómodo "todos fueron igualmente malos". La mera exposición de los hechos demuestra que no es así, que la principal responsabilidad de aquella tragedia que sucedió en Derry en 1972 fue de los paracaidistas y, por extensión, del ejército y el gobierno británicos. Aún sin olvidar la violencia de los jóvenes radicales, las discrepancias de credo e ideología entre los propios civiles católicos o la perniciosa injerencia del IRA.
Y es ese estupendo equilibrio, ese realismo insobornable, lo que hace de esta película una puta joya que todo el mundo debería ver para entender mejor qué ha ocurrido en Irlanda del Norte y por qué el camino hasta la reconciliación actual ha sido tan arduo.
Leyenda urbana
miércoles, 9 de junio de 2010
Recordando a unos genios
Opino que el programa de televisión Muchachada Nui ha sido un tanto sobrevalorado, pese a buenas secciones como las Celebrities (por su espontaneidad) o Los Klamstein. No bastan ciertas referencias gratuitas a la cultura popular y el "tú ve grabando a ver qué sale" para elaborar humor. No sólo de frikismo se vive. El humor absurdo, por absurdo que sea, no me dice nada si no hay ironía, gag, ingenio, chiste (por cierto, muchos buenos chistes surgen tras decir un montón de tonterías improvisadamente, como sabía y proclamaba el gran Groucho Marx). Por todo ello me gustan los Monty Python.
El carácter de los británicos es como el del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde: adustos por fuera, excéntricos por dentro. Cualquiera que haya visitado el Yunáitet Quíndon sabrá que allí está mal visto ir borracho por la calle y que todo el mundo se va a dormir a media tarde... pero de puertas para adentro, en los hogares y en los pubs, se bebe tanto como aquí y también hasta la madrugada. Una "esquizofrenia" parecida sufrían los Python, que conseguían que te descojonases conservando siempre esa finura y elegancia característica del perfecto caballero de bastón y bombín.
La mejor baza de estos cómicos era su extraordinaria capacidad para recrear las situaciones más disparatadas de la forma más verosímil posible. El contraste entre unos escenarios, personajes y diálogos muy expresivos y bien construídos (algunos son puro cine, o en su defecto, puro teatro) y el contenido absurdo, sin sentido, de la trama subyacente tenía una fuerza poderosísima. Ahora estamos más acostumbrados a estos recursos humorísticos surrealistas, pero en su época constituyeron toda una revolución. Si ya nos chocan a nosotros, imagináos a la peña de entonces.
El humor moderno no sería lo que es sin ellos. Ahora que -en la reclusión forzosa a la que una fractura de peroné me obliga- los estoy redescubriendo, nada mejor que hacerles un homenaje colgando aquí dos sketches suyos. El primero me hace reír a carcajadas por su mezcla de absurdo y lenguaje corporal (grande John Cleese). El segundo es uno de los diálogos humorísticos más brillantes y originales que he oído nunca.
El carácter de los británicos es como el del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde: adustos por fuera, excéntricos por dentro. Cualquiera que haya visitado el Yunáitet Quíndon sabrá que allí está mal visto ir borracho por la calle y que todo el mundo se va a dormir a media tarde... pero de puertas para adentro, en los hogares y en los pubs, se bebe tanto como aquí y también hasta la madrugada. Una "esquizofrenia" parecida sufrían los Python, que conseguían que te descojonases conservando siempre esa finura y elegancia característica del perfecto caballero de bastón y bombín.
La mejor baza de estos cómicos era su extraordinaria capacidad para recrear las situaciones más disparatadas de la forma más verosímil posible. El contraste entre unos escenarios, personajes y diálogos muy expresivos y bien construídos (algunos son puro cine, o en su defecto, puro teatro) y el contenido absurdo, sin sentido, de la trama subyacente tenía una fuerza poderosísima. Ahora estamos más acostumbrados a estos recursos humorísticos surrealistas, pero en su época constituyeron toda una revolución. Si ya nos chocan a nosotros, imagináos a la peña de entonces.
El humor moderno no sería lo que es sin ellos. Ahora que -en la reclusión forzosa a la que una fractura de peroné me obliga- los estoy redescubriendo, nada mejor que hacerles un homenaje colgando aquí dos sketches suyos. El primero me hace reír a carcajadas por su mezcla de absurdo y lenguaje corporal (grande John Cleese). El segundo es uno de los diálogos humorísticos más brillantes y originales que he oído nunca.
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