Hoy he estado viendo una película que recomiendo a todo el mundo: Bloody Sunday, dirigida por Paul Greengrass y Jimmy McGovern. Cuando se habla de cine social británico todo el mundo recuerda a Ken Loach, pero Greengrass, con films como el que nos ocupa, tiene bastante que enseñarle en mi opinión. Bloody Sunday ahonda mucho más en la complejidad de la violencia en el Ulster que la cebada bailonga de Loach (una muy buena cinta de todos modos).
Hacía muchísimo tiempo que no lloraba con una película. Bloody Sunday me ha emocionado por su crudeza, por su realismo, tanto en el trasfondo como en la forma. No suele impactarme el cine de ficción (aunque entiendo que a los demás sí), para mí es simple entretenimiento, pues sé que lo que me están ofreciendo es una dramatización, una falsedad, un cuento. No me tocan la fibra sensible. En cambio, algunos documentales sí lo hacen, y también películas como ésta, que no dejan de ser ficciones pero que reflejan del modo más veraz posible un acontecimiento que ocurrió realmente. Obras capaces de huír de la sensiblería y el maniqueísmo (elementos propios del puro y duro panfleto ideológico, género muy respetable pero que yo aborrezco), que simplemente te introducen en el sinsentido que debieron vivir aquellos desafortunados manifestantes, que expone sus convicciones y temores, también sus contradicciones, y que incluso se atreve (¡oh, sacrilegio!) a mostrar el lado humano de los soldados ingleses y las profundas dudas morales de algunos de ellos. Aunque tampoco comete el error de instalarse en el cómodo "todos fueron igualmente malos". La mera exposición de los hechos demuestra que no es así, que la principal responsabilidad de aquella tragedia que sucedió en Derry en 1972 fue de los paracaidistas y, por extensión, del ejército y el gobierno británicos. Aún sin olvidar la violencia de los jóvenes radicales, las discrepancias de credo e ideología entre los propios civiles católicos o la perniciosa injerencia del IRA.
Y es ese estupendo equilibrio, ese realismo insobornable, lo que hace de esta película una puta joya que todo el mundo debería ver para entender mejor qué ha ocurrido en Irlanda del Norte y por qué el camino hasta la reconciliación actual ha sido tan arduo.
Hacía muchísimo tiempo que no lloraba con una película. Bloody Sunday me ha emocionado por su crudeza, por su realismo, tanto en el trasfondo como en la forma. No suele impactarme el cine de ficción (aunque entiendo que a los demás sí), para mí es simple entretenimiento, pues sé que lo que me están ofreciendo es una dramatización, una falsedad, un cuento. No me tocan la fibra sensible. En cambio, algunos documentales sí lo hacen, y también películas como ésta, que no dejan de ser ficciones pero que reflejan del modo más veraz posible un acontecimiento que ocurrió realmente. Obras capaces de huír de la sensiblería y el maniqueísmo (elementos propios del puro y duro panfleto ideológico, género muy respetable pero que yo aborrezco), que simplemente te introducen en el sinsentido que debieron vivir aquellos desafortunados manifestantes, que expone sus convicciones y temores, también sus contradicciones, y que incluso se atreve (¡oh, sacrilegio!) a mostrar el lado humano de los soldados ingleses y las profundas dudas morales de algunos de ellos. Aunque tampoco comete el error de instalarse en el cómodo "todos fueron igualmente malos". La mera exposición de los hechos demuestra que no es así, que la principal responsabilidad de aquella tragedia que sucedió en Derry en 1972 fue de los paracaidistas y, por extensión, del ejército y el gobierno británicos. Aún sin olvidar la violencia de los jóvenes radicales, las discrepancias de credo e ideología entre los propios civiles católicos o la perniciosa injerencia del IRA.
Y es ese estupendo equilibrio, ese realismo insobornable, lo que hace de esta película una puta joya que todo el mundo debería ver para entender mejor qué ha ocurrido en Irlanda del Norte y por qué el camino hasta la reconciliación actual ha sido tan arduo.
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